Al reflexionar sobre la educación nos encontramos que el auténtico
protagonista es el educando; de ahí la importancia de la
autoeducación. Pero también es una realidad que se educa con el
estímulo de otros, con la ayuda de los padres y profesores
fundamentalmente.
En la educación se dan dos procesos: el de individualización y
el de socialización. Por la individualización el hombre llega a
ser él mismo, produciéndose un acto de asimilación cultural y
moral. Por la socialización el hombre aprende a convivir con los
demás, a pensar en los otros y servir a la sociedad. A través de
estos dos procesos el hombre llega a ser persona: llegar a ser él
mismo, realizar todo el valor de la persona (M. Sciacca) y
aprender a ser persona (G. Langford).
“El concepto de persona no envuelve imperfección alguna, sino que
es perfección pura. En primer lugar, porque es el modo de ser de
una naturaleza intelectual, la más perfecta de todas. Y, en
segundo lugar, porque expresa el modo de ser más perfecto; es
decir, con independencia total de otro sujeto y con absoluta
incomunicabilidad” (S. Ramírez: “Introducción a la cuestión XXX”,
en Santo Tomás: Summa Teológica, BAC, Madrid 1958, pág. 130).
Cada hombre es una realización imperfecta - puede mejorar - y a la
vez es una persona que tiende a su plena realización. Puede
mejorar y necesita mejorar.
La educación consiste en ese proceso de mejora, que ha de ser
personal, íntegra y total. La “educación integral es aquella
educación capaz de poner unidad en todos los posibles aspectos de
la vida de un hombre” (V. García Hoz. Principios de pedagogía
sistemática. Ed. Rialp, Madrid, 1973, pág 16 y ss).
No es lo mismo que la mejora personal se realice sólo a nivel
humano, o que se realice también en la dimensión sobrenatural de
la vida de un hombre. En este caso el factor integrador es la fe.
La educación integral debe respetar los tres dones esenciales del
ser humano: la libertad, el amor y la fe.
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